Valparaíso cuando lo conocí de pendejo, en casa de mis tíos, era una pequeña casa a final de Pedro Montt, al frente de la Jesuitas, eran años pobres, las termitas se comían el techo y el viento entraba por entre las ventanas en la noche. Y mi tata, mi tata cantaba, encerrado en su pieza, con la radio a todo volumen, esperando el almuerzo y chupetear los ajís que echaba a la sopa. Yo salía a jugar en el quiosco de don Mario y la señora Anita. Y “Cuesta abajo” me hace revivir una nostalgia que me carcome. Por el barrio de cabro chico. Por los pequeños amigos, las lauchas haciendo ruido en las murallas y las arañas que amanecían en el baño antes de entrar a la ducha. La tele en blanco y negro y el Atari en cassette. Valparaíso sigue siendo mi ciudad, nunca me iría. No podría dejarlo atrás, el estadio, los Panzers, las calles, los cerros… todo. Mi tata murió hace 13 años. 92 años. Vivió el tango en su máximo esplendor, vivió las guerras mundiales y la dictadura militar. Vivió lo suficiente para enseñarme cantar y disfrutar esta música triste. Tango para ti, tata, tango para ustedes lectores, tango para mi familia y mis amigos. Hoy vivo en una mejor casa, tengo computador y disfruto de algunos lujos gracias a lo que ha logrado mi padre escalando en su pega, y recuerdo esos momentos de niñez y a veces, sólo a veces, como hoy, los extraño.
Correr por los pasillos de esa casa mientras el tango retumbaba en las murallas era el juego de la memoria con las letras de los argentinos salidos por los parlantes de esa radio en la pieza de mi tata.
A la familia Ledezma-Libuy.
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