Día 30, pasada la tercera tormenta.
Zarpar con tripulación completa no ha servido de nada si navegar por estas aguas oscuras no nos trae a más tierra que sólo la que acarrean las tormentas. Tormentas que han caído de golpe sobre la cubierta dejando heridos, estragos y pérdidas materiales. Pérdidas materiales que también han dejado la moral de algunos marineros y la mía por los suelos invisibles y lejanos a la observación del punto más alto del mástil y la distancia máxima de los astrolabios.
Una ola de agua enfurecida ha tapado el sector del timón y me ha hecho caer tan fuerte que la brújula que portaba se ha roto hace un par de días. Estamos a merced de las nubes, lluvias y vientos que azotan como golpes y patadas en una riña de algún bar de puerto intentado dar argumentos en estado de ebriedad. Sin importarme esto, he decidido trazar una ruta imaginaria tratando de lograr encallar en algún roquerío o playa para poder descansar de este viaje que lleva un par de meses, pero con bajas tan considerables como si hubiera pasado un año sobre nuestras cabezas.
No hay aves en el cielo, sólo estrellas que me mantienen despierto para ayudarme a navegar durante las noches.
Estoy exhausto y necesito dormir, pero no puedo dejar a mi tripulación de lado. Me han ayudado bastante. Tanto como para parecer un viejo barbudo, cansado de tanto viaje y que sólo busca un tesoro que se le fue negado. Un tarado que se convirtió en pirata por rebeldía y encontrando cobijo en el destino de los mares, juntando historias para contarlas y quizás con alguna llegar a oídos de las aves costeras que nos lleven de vuelta a tan esperada tierra firme de forma más sutil a como lo veo en mis sueños despierto de media noche.
Y ahí quizás encontrarla a ella.
He comenzado a escribir esta bitácora para que en algún momento, alguien sepa lo fiel que fui a lo que buscaba, y que independiente de las adversidades, negaciones y rechazos de tan respetable hilo del destino, el mar y mi tripulación siempre siguieron conmigo. Acompañando noches y días tristes, bajo tormentas feroces y soles incandescentes.
A la par de cualquier otro dentro de este barco que avanza sin rumbo hacia una posible felicidad, respiro tranquilo por primera vez dentro de estos días inclementes donde las lágrimas se han hecho presentes combinándose con el agua del mar, la lluvia y el sereno de la mañana al desayunar. Ahora es momento de dejar la pluma para volver al timón de este barco. Hay viento afuera y eso nos da un pequeño relajo. Las velas se abren hermosas a mi señal y el crujir de la nave nos saca a todos una sonrisa que da buen augurio. El sol se ve despertando a lo lejos llamándonos a cada uno por su nombre. El mar me relaja y el barco se mueve acariciándolo con la popa.
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